miércoles, 22 de marzo de 2017

Sueños marselleses

Aunque en su momento anuncié la exposición dedicada al sueño por el museo Cantini de Marsella (septiembre de 2016-enero de 2017), solo ahora, gracias a un amigo, me llega a las manos el catálogo.
La parte del león se la lleva el surrealismo, pero, como siempre en las instituciones museísticas (y académicas), reducido a la época de Breton, y sobre todo a las primeras décadas, abundando en consecuencia las imágenes y los comentarios más que trillados. Por otra parte, si no se hace caso alguno al surrealismo del último medio siglo (incluido el checo), lo que lo sustituye es, en líneas generales, de una pobreza y de una banalidad más que penosas.
Kay Sage, Casandra, 1941
Pero hechas estas salvedades, también hay cosas buenas, empezando por la travesía que Emmanuel Guigon, principal autoridad en la materia del objeto surrealista, hace sobre el “sueño-objeto”, de los inicios a los años 60. Sigue un buen trabajo de Olivier Coisinu titulado “Los estados segundos: en la fuente del sueño surrealista”, donde se ocupa sucintamente de las teorías de Maury, Hervey de Saint-Dénys, Charcot, Janet, Myers, Mesmer, William James y Bergson para enmarcar el tratamiento de los primeros pasos dados por el surrealismo en la gran materia del sueño. En tercer lugar, Guillaume Théolière capta cuatro momentos: el del tarot de Marsella en 1941 (ocupándose de las poco conocidas cartas de Kay Sage sobre Casandra y de Gordon Onslow Ford sobre Peter Ibbetson, que quedaron en proyecto); el de Dreams that money can buy, la ecléctica película de Hans Richter, Nueva York, 1942; y, alejándonos ya del surrealismo, los de Dalí en Los Ángeles, 1944, y Brion Gysin en Marsella, 1958.
El catálogo de imágenes parte del simbolismo, con destaque, por lo menos conocidas que son, para las obras de Léon Spilliaert y Valère Bernard.
Gordon Onslow Ford,
Peter Ibbetson, 1941
La cronología es un fiasco. Los hitos están bien señalados hasta los años 40, pero a partir de ahí las chorradas se van acumulando, para concluir con el potaje cultural de las últimas décadas. Todo se tuerce en realidad cuando en 1936 aparece Céline de quien se cita su afirmación de que, de haber dormido bien, no hubiera escrito nunca una línea –¡lo que hubiéramos ganado, con la de somníferos potentes que hay hoy! Por último, la bibliografía, más que “selecta” es ridícula, sin que ni siquiera venga citado el excepcional estudio de Sarane Alexandrian, quien parece seguir siendo una bestia negra para los trabajos académicos en general, algo que en último término mucho lo honra.
Esta breve reseña da a entender por qué ya no pido este tipo de catálogos, ni los trabajos universitarios en general. Estos mismos días, en la Sorbona, tenía lugar un seminario sobre La Main à Plume, que se presentaba como reivindicativo, al afirmar que este grupo surrealista es “aún mal conocido” y que ha sido “marginalizado por la historia oficial del surrealismo”. Pero La Main à Plume goza de excelentes estudios y antologías, y es un misterio lo que pueda ser la “historia oficial” del surrealismo –en cualquier caso, La Main à Plume está suficientemente tratada en historias como la de Durozoi o enciclopedias como la de Biro y Passeron.

Eric Bragg, Objeto onírico: invasión, 2006