sábado, 22 de octubre de 2016

Silogismos poéticos


Esta nueva publicación del Grupo Surrealista de Paris se inspira en “La canción del jardinero loco” de Silvia y Bruno, obra de Lewis Carroll tan estimada por el surrealismo. Los jardineros locos son ahora Élise Aru, Anny Bonnin, Emmanuel Boussuge, Claude-Lucien Cauët, Alfredo Fernandes, Joël Gayraud, Guy Girard, Michael Löwy, Ana Orozco, Jean-Raphaël Prieto, Pierre-André Sauvageot, Bertrand Schmitt, Sylvain Tanquerel, Virginia Tentindó y Michel Zimbacca, pero en este caso la locura se reparte de tres en tres, según explica Claude-Lucien Cauët en la presentación (“El clarinete de Sócrates”).
En efecto, este nuevo juego consiste, sucintamente, en que un primer jugador enuncia una premisa, el segundo ofrece la premisa “menor” y el tercero cierra con la conclusión. Obviamente, no hay conocimiento de lo que ha escrito el anterior y la expresión ha de ser automática. El arranque es el del jardinero loco: “él creía ver” (“el” o “ella” o “yo”, y “creía ver” o “creía escuchar”), y el resultado una fiesta de imágenes y humor que hace pensar en poemas de Péret, pero también en la mecánica de Dársena con despertadores, el poemario surrealista del canario Pedro García Cabrera.
Foto de Pierre-André Sauvageot
A lo largo de cinco reuniones, el azar regentó esta nueva búsqueda de “una verdad poética inédita” (Cauët), donde los pensamientos muchas veces se comunican: así, las sirenas aparecen en dos premisas sucesivas, la música en una misma “estrofa” (“Yo creía oír el canto del chamán en el bosque sacrílego. / Escuchando mejor, reconozco la música de las esferas astrales cantada por Pitágoras. / Un solo vaso de cristal contiene toda la música del mundo”), el cuadro del león del aduanero Rousseau convoca los frescos de Miguel Ángel (y la “conclusión” muestra su sorpresa por tan “divertida coincidencia”), etc. Otras asociaciones lo son por analogía, como la de la vieja que se hunde en el suelo y el cocodrilo que devora a un misionero, o por antítesis, como la de la despampanante bailarina de cancan y la Virgen María dándole el pecho a su monstruo, o la de la duna sahariana que baja lentamente por la calle del Faubourg Saint-Denis y que mejor vista resulta ser un impresionante iceberg. En un armario de la ropa (que la etimología popular canaria llama “almario”), mirando mejor se puede ver el comienzo de la batalla de Austerlitz –y nada más surrealista.
Presencia recurrente, como en el jardinero loco, es la de los animales: gaviotas voraces que invaden la ciudad y una ostra que se traga a un asno; un cocodrilo que escupe confetis, una escena de amor y celos entre ranas y un ratón que se traga el sol negro; un centauro y unos dromedarios; un pájaro, una sanguijuelas y unos gallos...
Algunas conclusiones adquieren valor proverbial: “El peor ciego es el que mira demasiado cerca”, “Mirar mejor es olvidar imaginar”, “No hay estaciones en la razón” (“Il n’y a plus de saisons dans la raison”), “El peor ciego es el que no quiere escuchar”...
Editado sencillamente, en la línea de las publicaciones más recientes del grupo (Poèmes en escalier, Le myriapode intermittent, Les pucerons de la frontière, L’an 2016, Les fondements de la mécanique céleste), Il croyait voir... lleva ilustraciones de Guy Girard (quien también ha hecho la cubierta), Jean-Raphaël Prieto, Pierre-André Sauvageot, Claude-Lucien Cauët y Élise Aru.
Y ahora, volviendo a los tiempos de Lewis Carroll, me hago por unos momentos jardinero loco: “Yo creía ver un tren de incontables vagones donde se habían reunido todos los ahogados de la isla. // Pero visto de cerca no era sino un vulgar ciempiés que acababa de suspender todas las asignaturas en las escuelas del infierno. // Por tanto este otoño las nubes se cargarán de medusas que irán a parar a las cabezas de los viandantes”.

Dibujo de Élise Aru