miércoles, 15 de julio de 2015

Thessa Herold, galerista

Una de las galerías parisinas más abiertas al surrealismo, sobre todo en el período 1970-1982, ha sido la que ha animado Thessa Herold, en esos años como Galerie de Seine y desde 1993 con su propio nombre. Ahora, en un auténtico lujo editorial, se publica un cofre de tres volúmenes donde se han incluido los textos de todos los catálogos, desde 1970 hasta 2014. Es un modo de redondear una amplia trayectoria dedicada al arte moderno, y además de acercar al lector interesado un manantial de textos a veces de muy difícil obtención.
Los tres volúmenes llevan finas introducciones de Monique Sebbag, quien no solo presenta los catálogos sino que reflexiona sobre la problemática del arte contemporáneo y sobre muchas de las cuestiones que los textos ponen sobre el tapete. Baste decir que sus tres introducciones rayan a la altura de los mejores de esos textos.
En el primer tomo hay textos sobre una serie de artistas del surrealismo o que han sido asociados al surrealismo alguna que otra vez: Jacques Hérold, Camille Bryen, Félix Labisse, Bona, André Masson, S. W. Hayter, Jorge Camacho, Georg Papazoff, Ljuba, Serge Charchoune...
Jacques Hérold, Retrato de André Breton, 1971
Jacques Hérold es una de las estrellas, con textos de Pierre Demarne, Patrick Waldberg y Michel Butor. Pierre Demarne refiere que fue él quien, sorprendido por la perfecta homonimia entre el artista y el galerista marido de Thessa Herold, le sugirió a este que visitara a aquel, iniciándose así esta relación de la galería con uno de los grandes nombres del surrealismo. Demarne conoció a Jacques Hérold cuando la legendaria exposición internacional surrealista de 1947, en que Hérold participó decisivamente, incluido El Gran Transparente, “escultura tan notable que merecería un libro entero”. En el “diálogo de la luz y del cristal” ve la clave de su obra, y, tras expresar que “mirando las telas de Jacques Hérold vuelvo siempre al fuego, lazo viviente entre tierra y cielo, imagen de la inteligencia y del peligro de ser, del deseo y del tormento de amar”, cede la palabra al propio Hérold, en un rápido diálogo. Pese a que estamos en 1971 y no solo hace años que Hérold se distanció del grupo sino unos pocos que tuvo lugar su tan cacareada “autodisolución”, Demarne sabe que el surrealismo sigue rigiendo su pintura (Demarne y el propio Jacques Hérold): “No es injusto enunciar que el surrealismo continúa siendo un punto nodal de la civilización en marcha y que Hérold no se ha separado de él en el fondo, pues uno no se evade como si tal cosa de la potencia misteriosa del inconsciente ni de aquello que la dignifica”. Al año siguiente, otra exposición lleva un fino texto de Patrick Waldberg en que enfoca la obra de Hérold a partir de un pasaje de Spirite de Théophile Gautier, para considerar que “por la inocencia de corazón y la agudeza de las antenas sensibles, Hérold era el único que podía configurar esos seres hipotéticos que Breton ha llamado los Grandes Transparentes”. Y alude finalmente al hecho de que Hérold acababa de terminar su Portrait d’André Breton, convertido ya este en otro Gran Transparente: “Me deslumbró este desenlace prestigioso de una existencia perpetuamente imantada más allá de las apariencias”. Bellas palabras si tenemos en cuenta que Patrick Waldberg no había dejado de mostrarse rencoroso hacia Breton y el grupo surrealista tras su ruptura con este, para luego convertirse en pionero organizador de exposiciones surrealistas históricas.
Artista muy discutido dentro del surrealismo, Félix Labisse es presentado por Waldberg, pero su catálogo de 1971 es de los más originales, ya que el propio Labisse hace corresponder con pequeñas semblanzas sus cuadros de mujeres “hacedoras de historia”: la Reina de Saba, Pentesilea, Mesalina, Circé, Viviana, Dalila, Helena, Cleopatra, Pasifae, Armida, Semiramis, Judith...
Sobre Bona hay dos textos, uno de ellos por Alain Jouffroy. Hay dos también sobre Masson, uno por René Passeron, mientras que Michel Butor se ocupa de los objetos y del interesantísimo “abhumanismo” de Camille Bryen. De Hayter hay un texto de Pieyre de Mandiargues, uno propio en que da cuenta de la manera como ha realizado uno de sus cuadros y un tercero con motivo de sus 80 años, en que se celebró una estupenda exposición colectiva con muchos de los artistas que habían trabajado en su Atelier 17.
Pero a mi juicio los mejores catálogos fueron los de Jorge Camacho, ya que vienen acompañados de dos escritos extraordinarios, uno por René Alleau y otro por Vincent Bounoure. El de Alleau es “La danse de la mort”, y el de Bounoure “Ascendant licorne”, que cierra L’événement surréaliste.
Sobre Serge Charchoune, que coincidió con el surrealismo en sus orígenes, hay dos textos. Sobre Ljuba cuatro: de Mandiargues, de Étiemble, de Bosquet y suyo propio. Y Papazoff está ampliamente representado, con un largo texto suyo de 1971 y estudios de Philippe Soupault, Jacques Baron y Andreï Nakov. En Papazoff llama siempre la atención su repudio del grupo surrealista, lo que no ha impedido a Édouard Jaguer y a otros insertarlo en el surrealismo. Él mismo prodiga las chorradas en su autosemblanza, pero eso no es nada al lado del espantoso Nakov, quien, en unas páginas abyectas, hasta se atreve a decir que Breton tardó 40 años en integrar a Kandinsky en su concepción de la pintura surrealista, cuando el propio Breton podrá presumir al final de su vida de “haber sido el primero en saludar, en 1933, la llegada de Kandinsky a París”.
Soupault interviene con las palabras para su colección artística “fantasma”, sin mucho desbarrar, y de uno de los grandes críticos de arte, Jean-Clarence Lambert, hay un par de textos, aunque de artistas no surrealistas. Una sorpresa ha sido para mí Brigitte Simon, con unos óleos muy bellos, que presenta Raoul Ubac en 1972. Uno de ellos lleva por título À flanc d’abîme, aunque no creo que se trate de una alusión a L’amour fou.

Brigitte Simon, À flanc d'abîme

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Las dos etapas que cubren los tomos siguientes –1993-2005 y 2006-2014– resultan, desde la perspectiva surrealista, más pobres tanto en exposiciones como en firmas. Es una época, sin embargo, en que siguen descollando muchos artistas del surrealismo: los del grupo checo (Roman Erben, Jan Svankmajer, Martin Stejskal, Karol Baron, Karol Baron, Eva Svankmajerova), los portugueses (Cesariny, Cruzeiro Seixas, Raúl Perez, Isabel Meyrelles, Miguel de Carvalho, Seixas Peixoto), los canadienses (Gregg Simpson y amigos), Mimi Parent, Rik Lina, Tony Earnshaw, Conroy Maddox, Philip West, Wayne Kral, Terri Engel, Jacques Lacomblez, Jean-Claude Charbonel, Jean-Pierre Paraggio, Suzel Ania, Jorge Kleiman, Víctor Chab, Ludwig Zeller, Susana Wald, Marcel Mariën, Guy Ducornet, Alan Glass, Ody Saban, Katheen Fox, John Welson... Nos encontramos, en cambio, en el tercer tomo, hasta con un fatuo figurón como Martín Chirino. Como lo que a mí me gusta es el surrealismo en general, y no el arte en particular, nada puedo decir de otros tantos artistas aquí presentes, y que me hacen pensar en que, si los museos son templos del bostezo, las galerías son sus ermitas. Pero aun así hay mucho que destacar, y hasta un par de textos excepcionales.
Uno de esos textos es el que Emmanuel Guigon consagra a las dos primeras décadas de Raoul Ubac, o sea a su etapa del surrealismo a Cobra, trabajo soberbio que puede considerarse el estudio definitivo sobre Ubac y el surrealismo, antes de que este versátil artista se sumiera en su “ascético rigor”. Guigon redacta también el texto del catálogo dedicado a Camille Bryen y sus amigos, que en este caso son Arp y Wols.
Jorge Camacho, Corral cristalino, 1994
Hay también dos magistrales ensayos sobre Wifredo Lam, uno por Édouard Jaguer y otro por Georges Sebbag. Y Jorge Camacho sigue representado bellamente, con sus exposiciones “La naturaleza de las cosas. Los bosques de las arenas” (textos de Yves Peyré y González Faraco), “Peregrinación a las fuentes de lo maravilloso” (conjunta con Agustín Cárdenas) y “El libro de las flores de Jorge Camacho” (texto nuevamente de Emmanuel Guigon). González Faraco se ocupa de las fantasmales fotos de Doñana, y escribe también un poema, que se inicia con una pelea de gallos, lo que me vale para recordar el interés que Jorge Camacho, en Tenerife, me mostró por conocer el mundo de los gallos finos, una de las pocas invenciones meritorias de los canarios y que yo conocía a la perfección, pero no llegando a tiempo de ponerlo en contacto con los aficionados andaluces a quienes conocían algunos de mis amigos gallistas de Canarias.
Señalaré, por último, la abundancia de textos sobre Henri Michaux y sobre Saúl Kaminer. Una exposición de Michaux con Camille Bryen, Serge Charchoune, Fred Deux y Michel Seuphor dio pie a una jugosa reflexión de Jean-Dominique Rey sobre “la unión libre poesía-pintura”, un tema siempre tan atractivo.
Se reúnen aquí, en fin, muchos textos estupendos. Cuando en 1993 reinició Thessa Herold su actividad galerística, lo hizo con la exposición “Au rendez-vous des amis”, expresando así la importancia de la amistad en un espacio donde suelen reinar los intereses y la vanidad. Este cofre sirve también como el más bello homenaje a su actividad de toda una vida.

Jorge Camacho, La mesa en el paisaje, 1994