martes, 29 de abril de 2014

Joan Ponç, en Tenerife


Una pequeña exposición de las primeras obras (1946-1954) de Joan Ponç tiene lugar en la ciudad de La Laguna, triste emporio turístico de la Europa africana donde la magia, comúnmente aplastada, por unos días puede aflorar.
El catálogo lleva unas páginas del pontífice máximo de la crítica artística hispánica, José Corredor-Matheos, quien fiel sin duda a la visión del arte como espectáculo y mercado, considera que “tras la segunda guerra mundial, en París, el surrealismo había perdido fuerza y ya no constituía la corriente dominante, a pesar de los esfuerzos de su pontífice máximo, André Breton”. Sobre la “pérdida de fuerza”, baste recordar el reciente libro de António Cândido Franco, que aquí reseñé hace muy poco, tratando esta cuestión.
Para el sumo pontífice del academicismo crítico artístico hispánico, la obra de Joan Ponç “es realista, en un sentido profundo”. Pero por suerte, podemos darle una patada al academicismo de los maestros en arte y limitarnos a mirar los cuadros de Joan Ponç sin esa profundidad en que, como ocurre con la estupidez, todo parece ser posible. Si Agustín Espinosa hubiera conocido la pintura de Joan Ponç, al verla caracterizada como “realista”, habría explotado como cuando, en el admirable y siempre actual artículo de marzo de 1936 “Suma y sigue del confusionismo en España”, le respondió virulentamente a Juan del Encina (“nuestro oficial crítico de arte”) por haber calificado como tal la poesía de Bécquer.
La pintura mágica, antirrealista de Joan Ponç es una de las pocas glorias de los años 50-70 en España, como lo fue también la poesía de su amigo Cirlot. De 1953 a 1962, Ponç, que en el 53 había conocido a Mário Pedrosa en París, vivió en Brasil, país que definió como “el único lugar donde podía superar las destructivas autocríticas que me asaltaron, el único lugar donde mi amor a lo mágico, esencia de mi arte, podía encontrar un ambiente adecuado, que mantendría y amplificaría mi capacidad de penetración en los momentos más oscuros”. Momentos oscuros los tuvo, incluida una breve estancia en un hospital psiquiátrico de São Paulo. Pero sin duda que Brasil, donde creó escuela, le permitió librarse del psiquiátrico al aire libre que era entonces (y no es que haya cambiado mucho) España. Viajó con frecuencia por la tierra brasileña, recordando sobre todo su visita a Congonhas do Campo, donde conoció de cerca la obra del escultor barroco Aleijadinho.
Entre los cuadros de Joan Ponç que hay en esta exposición se encuentra Contornos, uno de los más conocidos, destacando también Castillo azul, Calle sin ningún mérito arqueológico, Fanafafa Veribú, Personaje en rojo, dos guaches de la suite Alucinaciones y Nocturno, un detalle del cual vemos en la portada del catálogo.