miércoles, 5 de marzo de 2014

Los nanquines de Rodrigo Mota


La palabra “nanquim” carece de correlato en español, no sorprendiendo que, en un país con una dimensión oriental como ha sido Portugal, sí que exista. (Allá por los fines de los años 70, me sorprendía mucho, en Lisboa, la fuerte presencia de África, de Oriente y de la América brasileña, que interesaban bastante más que el antipático país vecino y en general que la triste Europa; ello se advertía con solo hojear la prensa, y tenía sin duda un gran encanto, esfumado luego con las dos décadas de lavado de cerebro europeísta a que el país fue sometido por sus líderes demócratas, bien provistos para su empresa de gruesas bolsas repletas de poderosas monedas europeas).
“Nanquim” en portugués quiere decir tinta china, porque esta procedía de Nankin, en la China, como cierto tejido de algodón que también dio otra acepción a la palabra. En el texto que acompaña esta publicación de Rodrigo Mota, Marcus Salgado habla de las criaturas de nanquim o nanquines de las tintas chinas del artista, verdaderos “sismógrafos” cuyo guardián, evidentemente, es el Pulpo. Los nanquines de Rodrigo Mota están “impregnados del deseo que se desborda sobre el cuerpo irreal (del papel, de la ciudad) y sobre el cuerpo real de la mujer”. Marcus Salgado sitúa a Rodrigo Mota en la busca del Punto Sublime, como ocurre siempre en el surrealismo y como ocurre con los componentes del grupo deCollage. Algunos de estos dibujos automáticos ya habían sido dados a conocer en el n. 6 de A via queimante, “hoja del baobab de Lautréamont”, junto a otros de Paulo Leite. Alex Januário, otro componente del grupo, escribía a la sazón:
“Giordano Bruno nos dice que «las visiones del amor abren las negras puertas de diamantes del alma». Eso vale para las pinturas de Paulo Leite y los nanquines de Rodrigo Mota. El «negro» de estos dos artistas de mirada en estado salvaje recorre los caminos de la belleza vivenciada, reencontrando el verdadero valor que compete al hombre, o sea, poseer el espíritu emancipado. Reivindicando el lenguaje amoroso y deseante, la imagen-explosiva, exponen uno al otro el «exceso plástico negro», y he ahí nuevamente la manifestación pura del espíritu. Cualquier tipo de argumentación de aspecto estético sería irrelevante y reduccionista, visto que Leite y Mota no producen obras y sí hacen obras-poesía, revelando el surrealismo en su plenitud como los dibujos de Bellmer por ejemplo. Tenemos aquí lo que podemos calificar de encuentro revelatorio, el lenguaje amoroso y la imagen como símbolo deseante, rompiendo las formas llamadas dominantes de las artes y principalmente las mecanizadas de la vida, instaurando la perturbación del lenguaje, re-encantando los procesos de una actuación de vida y todas las posibilidades que el negro tiene para revelarnos: la fascinación de los cuerpos rasgados de Leite, y las gotas de nanquín emblemático de Mota. Si para Miró el color de sus sueños era el azul, para estos dos artistas el negro es el lenguaje poético por convulsión”.
Tinta da China, con una docena de dibujos de Rodrigo Mota, algunos a doble página, y el texto de Marcus Salgado, es otro primor de las Ediciones Loplop, que así continúan afianzando su trayectoria en el universo surrealista.