jueves, 26 de diciembre de 2013

Derivas del surrealismo

Esta publicación de más de 500 páginas y 26 trabajos, titulada El surrealismo y sus derivas: visiones, declives y retornos (Abada editores, Madrid, 2013) y coordinada por Eduardo Becerra, viene enriquecida por un disco que contiene la reproducción, con estudios correspondientes, de las revistas Mandrágora, Leitmotiv, A partir de cero, Que, Ciclo, Postismo, La Cerbatana gaceta de arte (su número surrealista) y el Boletín Internacional del surrealismo firmado en Tenerife. Como ya indiqué hace unas semanas, se encuentran también disponibles en la red.
El propio título ya señala la pluralidad de orientaciones, encajadas en una serie de secciones que son “Cuestiones generales”, “El surrealismo en sus revistas”, “Literatura” y “Artes visuales”. Pero lo que al fin y al cabo interesa es la valía y el interés de los trabajos, inevitablemente desigual. El coordinador merece ser felicitado porque, a pesar de tratarse de un “proyecto de investigación” de esos con que hoy se atavía la institución universitaria, ha dado entrada a nombres no universitarios, e incluso a dos componentes del surrealismo, José Manuel Rojo y Eugenio Castro, del grupo madrileño Salamandra. El primero trata extensamente las relaciones entre surrealismo y política y el segundo traza un panorama del surrealismo “en su presente”, muy útil dada la inconciencia de ese presente que tienen quienes estudian el surrealismo, o simplemente se interesan por él. Ese panorama es incluso más rico que el ofrecido, en parte porque se atiende solo, o sobre todo, a las “afinidades electivas” del grupo madrileño y en parte porque faltan referencias posteriores a la fecha de escritura. Los grupos de Chicago, París, Praga, Estocolmo, Leeds, Londres y Madrid son los enfocados, más breves referencias a la actividad de Brumes Blondes y a los grupos de Ioanina, Atenas y Estambul. Hay que añadir a todo ello la intensa actividad en los Estados Unidos al margen del grupo de Chicago –contemplada en la impactante obra Invisible heads, 2011–, la no menos intensa que ha lanzado en los últimos años Miguel de Carvalho en Portugal –con exposiciones de excepcional aglutinación, la formación de la Cabo Mondego Section of Portuguese Surrealism y la tan rica como lujosa revista-objeto Debout sur l’Œuf–, el grupo deCollage en Brasil –donde como siempre continúa el grupo de Sergio Lima, quien acaba de editar el n. 2 de A Phala–, la eclosión del grupo Derrame en Chile, los números monográficos de Patricide que coordina Neil Coombs en el Reino Unido... Un volumen de envergadura, Hydrolith, apareció hace un par de años, además con la colaboración de los propios surrealistas madrileños. Ese volumen es ahora mismo la principal muestra del surrealismo “en el presente”, pero no menos capital es el catálogo Other Air de los checos y eslovacos, también de hace un par de años. En fin, quien siga “Surrealismo internacional” tiene conocimiento detallado de todo esto.
A lo largo del libro no hay rastro de lo del “papa del surrealismo” ni de la “misoginia” surrealista, y en general no se ha dado cancha a los insultos y calumnias de rigor. Eso sí, aquí y allá encontramos tópicos de costra dura: “ortodoxia”, “estética”, “escuela”, surrealismo “oficial”, surrealismo “francés”, surrealismo como momento de las vanguardias, Nadja “novela”, etc., y no falta quien evidencie haberse quedado en 1969, quien llame surrealismo a lo que no lo es y se ocupe de la explotación literaria del surrealismo (esto podría dar pie a unos dos mil proyectos de investigación), quien se apoye aún como autoridades en Guillermo de Torre o en Maurice Nadeau o quien dé muestras de ese chovinismo hispanoamericano que es tan despreciable como cualquier otro.
En la primera sección, hay un buen trabajo de Rita Eder relacionando a Benjamin Péret con Paul Westheim, crítico alemán estudioso del arte prehispánico, que llega a México al mismo tiempo que Péret: dos miradas diferentes sobre la misma materia. En la sección de revistas, se estudian tres argentinas: Que (todos le ponen acento, cuando Pellegrini dejó claro que era el relativo desnudo de tilde), Ciclo y Letra y Línea. En Chile tenemos Mandrágora y Leitmotiv. En dos de los tres trabajos, sendos profesores aprovechan para ocuparse de Mandrágora y la guerra civil española –que da siempre tan buenos dividendos–, haciendo así carambola con dos proyectos de investigación a la vez. Ninguno aprecia el movimiento Mandrágora, por lo que merece destacarse que, al menos en una nota de su trabajo, Eduardo Becerra, que tampoco lo aprecia mucho, se haya preocupado algo por explicar la cercanía de los chilenos al grupo de París, que todos ellos llaman “ortodoxia”. El enfoque del grupo Mandrágora es muy externo, y nadie da cuenta de que, por mucho que se le quiera discutir su originalidad, dio, aparte la figura fascinante de Jorge Cáceres, uno de los poetas verdaderamente inmensos de América en todo el siglo XX: Enrique Gómez-Correa.
En España, la historia se desgaja en una parte de surrealismo y otra de postismo. Poco hay que decir del segundo, que solo cuenta con influjos del surrealismo y bastantes incomprensiones del mismo, a diferencia de lo que ocurrió, sobre todo gracias a Cirlot, con Dau al Set. Uno de los grandes aciertos del volumen es sin duda la relevancia dada a Canarias, y que incluso va a permitir bajar el volumen en casa con esa matraquilla del desconocimiento del surrealismo insular fuera de las islas. Maisa Navarro es una autoridad en gaceta de arte, Isidro Hernández en Óscar Domínguez (aquí se detiene en sus calcomanías), Morris es el editor del Boletín Internacional del Surrealismo (aquí estudiado, reproducido y anotado) y Nilo Palenzuela hace una síntesis magistral de la cuestión, que debiera manejar todo el que se ocupe de la cuestión (“El surrealismo en las Islas Canarias”). Domínguez recibe también la atención de Federico Castro (“Óscar Domínguez: surrealismo y paisaje nativo en Gaceta de Arte”). Un aplauso por esta sección canaria.
Para acabar con las revistas, en otro apartado damos con un trabajo excelente de Eva Valcárcel, dedicado a La Poesía Sorprendida, con el maestro Granell soberbiamente rechazando lo de “escuela surrealista”. Este es, creo, un estudio de referencia.
El resto tiene algo de cajón de sastre, con temas algo manidos (Cernuda, la poesía de Buñuel, los andaluces del 27). Un texto sobre arquitectura encaja al abominable Le Corbusier y los pelmazos constructivistas rusos, que nada tienen que ver con el surrealismo –son incluso el antisurrealismo. Sobre el primero, Ávida Dollars, quien, del mismo modo que no hizo sino cuadros horribles tras alejarse del surrealismo, siguió lanzando de vez en cuando genialidades, dijo: “Vomito contra la infame arquitectura de Le Corbusier. ¡Qué pesadez de plomo la de ese protestante masoquista que ha despersonalizado la construcción!”; y: “La muerte de Le Corbusier me ha producido una inmensa alegría. El piadoso Le Corbusier trabajaba con el cemento armado. Los hombres van a llegar muy pronto a la luna e imaginen que, según ese payaso, lo harán llevando bolsas de cemento armado.” Frederick Kiesler sí que hacía “arquitectura mágica”, o después René-Guy Doumayrou.
Por fin, como muestra del “surrealismo y el cine”, hay un buen ensayo de Isabel Castells sobre la última película de Jan Svankmajer, Sobrevivir a la vida. Para rotura de cabeza de liquidacionistas y otros que, a veces, como decíamos, por desconocimiento, cierran el surrealismo en épocas pretéritas, Svankmajer, surrealista “absoluto”, se ha convertido en una figura trascendente del cine contemporáneo.
En suma, un volumen de interés, ya muy alejado de tantos espantos como se le han infligido al surrealismo desde los años 70. El disco que lo acompaña incluye trabajos de Armando Minguzzi sobre las revistas argentinas, Eduardo Becerra sobre las chilenas, Belén Castro Morales sobre las canarias y Raquel Arias y José Teruel sobre las postistas.

Retrato de Jorge Cáceres por Enrique Gómez-Correa, h. 1940