miércoles, 16 de octubre de 2013

Reedición de "Lo imprevisto", de López Torres

Collage de S. Navarro y dibujo de O. Rosales
En 2006 se tradujo al francés, por Martine Joulia y el magnífico poeta Jean-Yves Bériou, Lo imprevisto de Domingo López Torres (L’imprévu, suplemento al n. 7 de los Cahiers de l’umbo). Ahora, en La Laguna, La Espera Ediciones vuelve a editar este poemario muy especial que vio la luz por primera vez en la misma ciudad en 1981.
Estas tres ediciones incluyen todas los dibujos de Luis Ortiz Rosales, hechos, como los poemas, en la prisión de Fyffes, donde la canalla franquista había encerrado a ambos, como a tantos otros, en la terrible represión que siguió al levantamiento militar, cuyo éxito en Canarias fue inmediato. La singularidad está en ir acompañado el poema, también, de una serie de collages muy interesantes de Silvia Navarro, el primero de ellos con una serie de barrotes de madera ante una playa insular, alusiva a la “isla de las maldiciones” en que se había convertido la isla de Agustín Espinosa y de Domingo López Torres. Es imposible no leer el texto que cierra Crimen (“Epílogo en las isla de las maldiciones”) sin pensar no ya en el naufragio del propio Espinosa, sino en la muerte de López Torres y tantos otros que fueron arrojados al mar metidos en un saco:
“Esta isla lejana, en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones.
Bulle a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactus, higueras mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violetas de unas garzas. (...)
¿De dónde ha venido ese grito que ha interrumpido de pronto la tarde y ha hecho volver a un mismo tiempo todos los ojos y todas las manos hacia un mismo punto vago y distante?
¿Y de quiénes son esos cadáveres que ha tendido la última marea sobre las playas del alba y de quiénes esas coronas de rosas y esos pasos silenciosos sobre la arena en sombra?”
El poeta Régulo Hernández dirige a López Torres cuatro breves y emotivos textos pidiéndole su “escritura de proa, de mascarón altivo, de verano incauto, de atlas sin frontera, abierta a las aguas y a los vientos”. Y titula estas notas “Suelo y cielo”, porque “suelo y cielo son, al fin, las cifras de tu entrega: inundación, resplandor, raíz, flor, estrella, hueco”.
Domingo López Torres solo contaba al morir 26 años, y sin duda hubiera sido uno de los grandes nombres de la cultura canaria. Su poesía iba forjándose, y como ensayista ya había logrado una perfecta madurez. En la España de su tiempo, solo él y Manuel Viola lograron defender el surrealismo con total lucidez y pleno conocimiento de causa, sin las deformaciones al uso. Comprometido en las luchas políticas y sociales de su tiempo, fue un objetivo inmediato de quienes protegían el orden abyecto que, tras la espeluznante colonización del territorio canario, allí se enraizó.
La reedición de Lo imprevisto –como su competente traducción francesa– es un acto de honor, porque además va revestido de la simpatía fraterna hacia unos poemas cuyo principal valor no reside solo, como el de tantos otros, en su calidad, o en lo “estrictamente poético”, sino en testimoniar cómo, en las circunstancias más trágicas y terribles, la poesía logra aflorar con su llama que también atraviesa los barrotes del tiempo.