miércoles, 4 de septiembre de 2013

Robert Lagarde, poeta de la mano alada


El surrealismo está lleno de figuras ejemplares y secretas, y una de ellas es Robert Lagarde.
Desaparecido en 1997, Robert Lagarde ha sido recordado este año con dos publicaciones magníficas, ambas en las Éditions des Deux Corps que anima Laure Missir. Una es la monografía de Alain Joubert Robert Lagarde, du geste à la parole y la otra Le masque de l’aveugle, texto suyo con fotos de unos inquietantes objetos.
Ya su amigo Alain Joubert había escrito sobre él en Phases, y las palabras que profirió como despedida fueron reproducidas en Le Cerceau. Ahora aborda, con su consabida finura, la actividad creativa y crítica de Lagarde y evoca momentos de amistad así como de combate dentro del movimiento surrealista.
La trayectoria surrealista de Robert Lagarde se inaugura en 1958, al ilustrar À l’animal noir de Guy Cabanel, con quien colaborará estrechamente, “a los meandros del lenguaje respondiendo los de sus trazos”, como dirá Gérard Durozoi, del mismo modo que Petr Kral aludirá a su “grafismo proteiforme pero vigoroso en que, a través de un lenguaje «no figurativo», aparece la unidad secreta que da al mundo la omnipresencia del deseo” Al punto contacta con André Breton en Saint-Cirq-Lapopie, participando en las búsquedas de piedras por las orillas del Lot, la calidad de los hallazgos, como cuenta Joubert, decidida por la Baronesa, o sea Toyen, quien se exaltaba con los genuinos, designados con la palabra tan de su gusto “kohinoor”, y rechazaba como “mierda” los que no le gustaban. Su juicio era inapelable.

Robert Lagarde, Claro en jirones, 1990

Lagarde, que prácticamente nunca expuso individualmente, participa, desde “Éros” (1959-1960), en todas las exposiciones del movimiento surrealista, tanto en las del grupo parisino hasta 1969 como en las posteriores en São Paulo, Chicago, Londres, Milán o Quebec, o sea en las verdaderas exposiciones del surrealismo que proseguía su andadura. En la de “L’Écart Absolu (1965) aportó una poética y erótica caja y se encargó, con un gran texto, del apartado sobre los ocios organizados de la sociedad de consumo, que posteriormente irían a multiplicar su imbecilidad hasta el delirio de las últimas décadas. Colabora, por supuesto, en las revistas del grupo: Le Surréalisme, même, Bief, La Brèche y, tras la muerte de Breton, el Bulletin de Liaison Surréaliste y Surréalisme, aparte Phases, cuyo maestro de ceremonias escribirá de él que, junto a Adrien Dax, es “sin duda quien ha aportado más inflexiones al dibujo automático”, ya que por algo había Breton hablado en 1965 de su “mano alada”. Alain Joubert, en las páginas de este libro, trata las cualidades de ese automatismo extraordinario (“automatisme à système”) que lo caracteriza tanto como a la soberbia poesía de Guy Cabanel, y es de agradecer también que dedique una parte de su ensayo a Nanou Vialard, la mujer de Lagarde, que se dedicó un tiempo a la escultura, con resultados asombrosos, habiendo su serie de tótems, cetros y bastones, que fotografió Pierre Schwartz, inspirado un conjunto de poemas a Joyce Mansour.
Robert Lagarde, aparte los de Guy Cabanel, ilustró poemas de Benjamin Péret, Jehan Mayoux, Joyce Mansour, Georges Henein, Maurice Blanchard y Pierre Peuchmard. ¡Casi nada! Por si hiciera falta, se trata de una lista –un septeto– que lo dice todo.
De ahí que no le cueste nada a Alain Joubert poner a Robert Lagarde como ejemplo de la ética surrealista, lo que demuestra, por ejemplo en sus posiciones obvias e inmediatas con respecto a la guerra argelina como en el trance de 1969, cuando Jean Schuster intentó liquidar el surrealismo tras haberle sido imposible controlarlo al estilo estalinista. Alain Joubert, que ha desentrañado, en su decisivo Le mouvement des surréalistes, los intríngulis de aquella batalla, se refiere aquí al de veras “ridículo” tract “Aux grands oubliers, salut!”, operación de los surrealistas fatigados (muy fatigados) Philippe Audoin, Claude Courtot, Gérard Legrand, Jose Pierre y Jean-Claude Silbermann, para darle el poder al futuro “recoge-migajas” del surrealismo. Una carta de Guy Cabanel a Adrien Dax y otra de Lagarde a Joubert y Nicole Espagnol, en que Lagarde se refería a la fabricación de una capilla sin puerta ni ventanas, “pero con un portero”, evidencia la lucidez de uno y de otro, que no se engañaron un ápice. Fue entonces cuando, fallida la operación, el “portero” se sacó de la manga aquella monumental sandez del “surrealismo histórico” y el “surrealismo eterno”.
Robert Lagarde, du geste à la parole se enriquece no solo con las bellas ilustraciones del artista sino con la incorporación al final de tres textos de Lagarde: el poema “Tais-toi”, las respuestas a la encuesta motivada por la exposición colectiva de 1975 “Arms et bagages” y un manuscrito donde explica el método que utilizó para ilustrar la cubierta de Maliduse (1961) de Guy Cabanel.


Le masque de l’aveugle había aparecido en revista en 1986, pero es muy de agradecer que lo haga ahora en esta publicación de los Dos Cuerpos, con esas muy bellas y poderosas imágenes de objetos-máscaras de cuero y latón. El breve texto de Lagarde, una reflexión sobre los objetos y sobre el modo de abordarlos, viene también en versión inglesa, trasladado por el inolvidable Peter Wood. Lo precede una cita de Lovecraft (“Mientras más miraba ese objeto, más me fascinaba, y en esa fascinación que ejercía sobre mí percibía un elemento turbador que  no sabría explicar ni definir”) y acaba con una referencia al profesor Canterel y otra a La mariée de Duchamp, con la que dialogan las distintas máscaras del ciego en una página antológica.
Pero todo esto es preciso verlo, como había que ver la exposición-homenaje que en 1999 le hizo a Lagarde la galería L’Or du Temps, y cuyo pequeño catálogo ofrecía textos, aparte Alain Joubert y Guy Cabanel, de Jean Benoît, Jimmy Gladiator, Pierre Peuchmaurd y Guy-René Doumayrou. Por cierto que una frase de este último (“El camino seguido por un hombre que avanza sosteniendo su propia cabeza en las manos no sabría ser indiferente”), junto a otra de Joë Bousquet (“La realidad de un objeto no se mantiene más que a través de sus metamorfosis”), acompaña tanto La masque de l’aveugle como Robert Lagarde, du geste à la parole, dotando aun de mayor unidad a este doble homenaje de 2013.
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Las Éditions des Deux Corps han publicado ya textos de Anne-Marie Beeckman, Joyce Mansour, Hervé Delabarre, Jacques Lacomblez, Guy Cabanel y Laure Missir, aunando la calidad poética a la exquisitez en la presentación.
Señalemos, por último, que el libro de Joubert anuncia la aparición de La septième case (“Periféricos surrealistas. Crónicas intemporales en torno y a propósito de 31 escritores, pensadores, pintores y cineastas”), Le poil de la bête (con las vivaces crónicas de Le Cerceau) y La boîte noire (con las siempre agudas crónicas de La Quinzaine Littéraire), y pone como “en preparación” un título que hace soñar: Le Grand Surréalisme ou la rébellion permanente.
...gran surrealismo y rebelión permanente en que se inscribe con todos los honores la figura siempre viva de Robert Lagarde.