miércoles, 18 de septiembre de 2013

Política y urnas


Este folleto que nos llega de las ediciones Loplop en São Paulo, firmado por los grupos Decollage y Topoanálise y con dibujos automáticos de Alex Januário, plantea la cuestión política y en particular la de las votaciones, en un país donde estas son obligatorias, pudiendo el desacato acarrear represalias. La tesitura de 2010, año de elecciones presidenciales en que se daba a elegir entre lo peor y lo peor, originó el escrito, que, aunque requiere un conocimiento de la realidad brasileña, posee un interés más amplio.
Sobre el tema del voto, que continúa siendo obligatorio en Brasil, y que por tanto es la verdadera causa de que los amigos del grupo Decollage y los de TopoAnálise hayan editado esta declaración, y sobre el de la política, me dirijo en seguida a las citas que en su día acumulé en mi librito Cabina de barlovento. Como de costumbre, es Ambrose Bierce quien lleva la batuta. “Votación: Simple estratagema mediante la cual una mayoría demuestra a una minoría la estupidez que supondría cualquier resistencia. Muchas personas respetables, pero con un aparato pensante imperfecto, están convencidas de que las mayorías gobiernan por algún derecho inherente, y de que las minorías se someten, no porque no les quede más remedio, sino porque es su deber”. Más interesante es esta diatriba del anarquista (y luego, cosas de la vida, prosoviético) André Colomer: “Tú, que pretendes ser libre, ¿por qué votas? Escucha: nadie puede representarse más que a sí mismo. Votando, eres el peor de los esclavos. Pues el que escoge un amo se pertenece menos que aquel a quien el amo le ha sido impuesto por la fuerza. Este puede renegar de su amo como de una brutalidad que no reconoce. Aquel no podrá jamás rebelarse contra la condena, ya que se la ha dado a sí mismo. ¡No seas ese esclavo voluntario! Sé tu mismo tu liberador. Huye de esa sala apestosa donde se embrutece con grosera elocuencia a esos pobres brutos a fin de que aclamen su propio servilismo. No escuches a ninguno de los prometedores de paraísos para mañana. Todos mienten. Es hoy cuando hay que vivir. Es en tu verdad individual donde está tu felicidad. Fuera está el sol de mayo sobre los jardines de la tierra. Vete fuera y, a través de los campos, en la luz, que tu propia marcha cree tu ruta”. Más brevemente, una figura esa sí que granítica, el surrealista Maurice Blanchard, dejó apuntado este bello consejo: “Urinez dans les urnes”.
Se preguntan los firmantes de este tract: “¿Podría llamarse surrealista alguien que votase o hiciese la apología de cualquiera de esas fuerzas retrógadas que son el PT y el PSDB, el neo-estalinismo y el neo-liberalismo?” Evidentemente no, pero por mi parte, ácrata convicto en esta cuestión y desde siempre, creo que da lo mismo que sean retrógradas o no: votar, equivalente profano de la genuflexión religiosa, supone sancionar el Estado, con todo su aparato represivo y su realidad monstruosa. Todo lo que no destruya la Autoridad y la Jerarquía no debiera contar jamás con nuestro más insignificante apoyo. No veo nada que permita mudar esta declaración del grupo de André Breton, expresada en 1965: “Con respecto al régimen parlamentario y al sufragio universal, nuestra posición ha sido siempre y continúa siendo la posición libertaria”.
En cuanto a la política, fue definida por Bierce como el “medio de ganarse la vida preferido por la parte más degradada de nuestras clases delictivas”, algo que se confirma constantemente. El romántico “bousingot” Philothé O’Needy escribía: “Desprecio con toda la altura de mi alma el orden social y sobre todo el orden político, que es su excremento”.
“No creemos que haya gente ligada al surrealismo capaz de confesarse «apolítica» o neutra”, señala el texto brasileño. Y eso ya es más discutible, según el sentido que se le quiera dar a la palabra “política”. Cuando le fueron a hablar de esta a Marcel Duchamp, respondió tan abruptamente como cuando lo inquirieron por “Dios”: “No hablemos de ese asunto. No sé nada. No comprendo en absoluto la política y constato que es realmente una actividad estúpida que no conduce a nada. Tanto si eso conduce al comunismo, a la monarquía, o a una república democrática, para mí es lo mismo”. Como es bien sabido, la política ha sido causa de tristes problemas y trifulcas en el surrealismo, y ciñéndonos al grupo de París desde la desastrosa inserción juvenil en el Partido Comunista Francés (que produjo la salida nada menos que de Antonin Artaud, en lo que he considerado siempre la principal ruptura, y única verdaderamente significativa, de todo la historia del surrealismo) hasta la tentativa del sargento Schuster por apoyar incondicionalmente a la dictadura cubana pasando por el llamado “affaire Pastoureau”, a quien le disgustaba la hostilidad estalinista de la mayoría de sus amigos. Muy finamente, hace unas semanas un amigo del surrealismo me comentaba cuánto mejor habría sido que un Aragon y un Éluard hubieran dejado el surrealismo para dedicarse, por ejemplo, a la alquimia o a la masonería, en vez de a la detestable política partidaria a la que se dedicaron.
Ha habido, en fin, surrealistas desinteresados de la política que han llevado a cabo una obra liberadora, y otros cuya pasión política los ha llevado a cometer aberraciones que automáticamente los descalificaban como surrealistas. Pero esta, por supuesto, es una cuestión que exigiría muchos matices y que es imposible desarrollar adecuadamente en estas pocas líneas. El tract de estos dos grupos brasileños es un acierto al plantear estas cuestiones en un contexto particular, que reprime una libertad elemental, como es sin duda la de poder no votar. En los países en que ello se permite, falta, aún, lograr otra: la de, llegadas las elecciones, poder depositar nuestra orina en las urnas.