lunes, 26 de marzo de 2012

Papeles diversos de Óscar Domínguez


He aquí una nueva publicación de empaque sobre Óscar Domínguez, el hombre que deseaba la muerte de 30.000 curas cada 3 minutos. Edita el centro tinerfeño Tea, que originariamente iba a llevar el nombre del pintor canario, para traicionar luego su idea inicial. Consta el tomo de 400 páginas muy bien ilustradas, que acompañaba la exposición homónima “Óscar Domínguez. Una existencia de papel”, en la que se trataba de dar cuenta del Domínguez ilustrador de libros, colaborador de revistas y de publicaciones colectivas y dibujante en general. El encargado de libro y exposición ha sido Isidro Hernández, fino poeta a quien ya debemos algunos buenos trabajos sobre Domínguez. Es él quien abre el fuego, con un muy extenso y sólido estudio que titula “En los márgenes interartísticos del dibujo”. Sirve de presentación, pero es mucho más que eso, ya que Isidro Hernández es un buen conocedor del surrealismo, en torno al cual no prodiga los tópicos de costumbre, y se consolida cada vez más como un crítico artístico no solo culto sino sensible. Lo que sigue, como es habitual en este tipo de libros colectivos, es un conjunto de textos de muy diverso interés y de muy diversa calidad. El propio Domínguez ya condiciona esto, pues, como es bien sabido, a su verdadera etapa creativa, en el grupo surrealista, sucedió una quiebra de inspiración imitando al vampírico Picasso y codeándose con el establishment estalinista.
El mejor de esos trabajos es el más breve: “Domínguez revólver en mano”, por Georges Sebbag, no siendo esta la primera vez que Sebbag se acerca a la obra surrealista de Domínguez, y baste recordar sus amplios ensayos en Surrealismo Siglo21 y en el volumen domingueziano del museo Cantini. Centrándose sobre todo en el motivo del revólver, Sebbag va hilvanando ahora agudas y enriquecedoras observaciones sobre la carta de Freud que hizo el artista canario, sobre su ilustración para Los cantos de Maldoror, sobre los 30 dibujos para la edición 1947 de Poésie et vérité de Paul Éluard.
Los otros trabajos destacados de este libro son obra de Jean-Michel Goutier, Gérard Durozoi y Juan Manuel Bonet. Goutier habla de los libros-objeto, en particular de los de Le Soleil Noir que realizó François Di Dio, un total de 25 en 27 años, hasta que la burocracia estatal acabara con ellos. Goutier fabrica mentalmente algunos que a su juicio hubiera planeado Domínguez, para Los cantos de Maldoror y para las obras de algunas de las estrellas de la Antología del humor negro: la Vie des fantômes de Savinio (gran antología de 1965, prefaciada por Pieyre de Mandiargues, y que por cierto estoy yo leyendo estos días), los aforismos de Lichtenberg, La filosofía en el tocador de Sade, los Cuentos crueles de Villiers, La dama oval de Leonora Carrington, las Nuevas impresiones de África de Raymond Roussel.
El nivel esperable tiene el estudio que hace Gérard Durozoi de Le grand ordinaire, manejando todo el material disponible. Hubiera sido un prefacio perfecto para la reciente traducción que ha publicado la editorial canaria La Página. Pero no deja de ser resaltable este interés múltiple que está despertando recientemente el tan subversivo libro de Thirion.
Juan Manuel Bonet, bibliófilo mayor del reino, analiza con todo detalle las célebres portadas que Domínguez hizo para las ediciones de Gaceta de Arte: Romanticismo y cuenta nueva de Emeterio Gutiérrez Albelo, Crimen de Agustín Espinosa y la monografía westerdahliana de Willi Baumesteir. Bonet señala cómo esta última supone la aparición de sus calcomanías, llegando a afirmar que estas nacieron en el contexto del grupo de Gaceta de Arte.
De resto, François Letaillieur se ocupa de Domínguez y las ediciones Lévis Mano, Eliseo G. Izquierdo de Domínguez y la Antología del humor negro, Morris de una de sus aburridas picassianadas, Rosé-Hélène Iché de su amistad con Laurence Iché, José Ignacio Abeijón de su alianza con Georges Hugnet, Alfonso Palacio de Domínguez y Poésie et vérité y José Andrés Dulce de la película de Resnais.
Como es imposible, en un volumen de estas características, que no aparezcan las típicas imbecilidades sobre Breton, ahí tenemos al tal Abeijón (bien contagiado por el inmundo Hugnet) lanzando esas bajezas calumniosas que hace tiempo no merecen por nuestra parte sino el más absoluto de los desprecios, mientras que Eliseo G. Izquierdo y José Andrés Dulce parecen alcanzar el nirvana al hablar uno de “le Pape du surréalisme” y el otro de “el caudillo Breton”.
Pero siempre tendremos a mano al gran Astrakán, el bandido de la cueva de Guayonje, para darles una buena zurra a los Éluard y a los Hugnet, como a toda esa engreída plaga universal que se dedica a insultar al surrealismo y a André Breton. Óscar Domínguez lo daba por fenecido en la guerra del 36, pero eran informaciones falsas, y aún hoy el inmortal Astrakán circula por los parajes del castillo de Guayonje tanto como por la cordillera de Anaga.